domingo, 20 de septiembre de 2015

Textos Literarios sobre Laocoonte

Ví con angustia a la élite guerrera
Dejar caer las armas de sus manos,
Y precavió mi voz a mis hermanos
De aceptar el caballo de madera. (referencia a la advertencia)
En su entraña yacían a la espera
Los griegos que juzgábamos lejanos;
Mas fueron todos mis esfuerzos vanos,
Y Troya se lanzó a su propia hoguera.(Quedó destruida)
Tres veces escuché la sacudida
De las armas, y alcé mi voz al viento;
Y se perdió mi grito en el clamor. (murió)
Un dios airado me arrancó la vida, (Neptuno)
Uniendo mis dos hijos al tormento:
Este, sin duda, fue el mayor dolor.
Los Angeles, 27 de Agosto de 1997 
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Entonces otro espectáculo más imponente y mucho más terrible se ofrece a los míseros troyanos y turba sus corazones desprevenidos. Laocoonte, designado por sorteo sacerdote de Neptuno, se encontraba sacrificando ante los altares en los que se celebran solemnes sacrificios un toro de gran tamaño. He aquí que desde Ténedos, a través de la tranquila superficie del mar, (me horrorizo al narrarlo) dos serpientes se tienden con inmensos anillos sobre el piélago y a un tiempo se dirigen a la orilla. Sus pechos erguidos en medio del oleaje y sus crestas sanguíneas sobresalen por encima de las olas, el resto de su cuerpo por detrás recorre el mar y enroscándose arquea sus inmensos lomos. En las aguas espumeantes se produce un chapoteo. Y ya habían alcanzado la ribera y con sus ojos ardientes inyectados de sangre y fuego lamían con sus lenguas vibrantes sus silbantes bocas. Ante aquella visión huimos exangües. Ellas, siguiendo una trayectoria fija, se dirigen a Laocoonte; y primero ambas serpientes rodeando los pequeños cuerpos de sus dos hijos se enroscan y devoran con su mordisco sus míseros miembros; a continuación se apoderan del propio Laocoonte, que acude precipitadamente en ayuda de aquéllos con las flechas en la mano, y le sujetan describiendo enormes roscas; después de rodear dos veces su cuerpo por la mitad y de enroscar por dos veces en torno a su cuello sus espaldas cubiertas de escamas, sus cabezas y sus enhiestas cervices sobresalen por encima. El intenta desgarrar con las manos sus nudos; sus cintas sagradas están impregnadas de baba y negro veneno; al mismo tiempo alza hasta los cielos unos gritos horribles semejantes a los mugidos que lanza un toro cuando herido huye del altar y sacude con su cuello el hacha que no ha sido certera. Las dos serpientes deslizándose huyen hacia el templo situado en lo alto, tratan de llegar a la ciudadela de la cruel Tritonia y se refugian bajo los pies de la diosa y bajo el orbe de su escudo.
Virgilio: "Muerte de Laocoonte"

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